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Siempre me he preguntado por qué caigo mirando hacia arriba,

por qué lo hago mirando a la parte bonita de la película,

en la que tenía motivos para dibujar una sonrisa en mi cara,

sonrisa que se dibujaba cada vez que veía tu rostro en mi almohada.


A medida que el tiempo pasa, la oscuridad invade este precipicio,

como un lobo, como un lobo malo.

Espera, ella es paciente, hasta que, sin darte cuenta,

ya es tarde para evitar la mordida con la que se te lleva la vida,

vida que se quedará ella para siempre,

vida que jamás podrás recuperar.


Cuando me hundo en ese precipicio,

me pregunto por qué llevo un traje,

después me doy cuenta

de que son las vestiduras que avisan que el fin está cerca.

Las vestiduras de una guerra que ya acabó,

de una guerra que perdí,

las vestiduras de la vergüenza,

la cruz en la que me ha tocado morir.


Espero darme cuenta, antes de que sea tarde,

de que no me quiero ir,

de que Iruene nunca pudo conmigo,

que hay que liberarse de arrastres del pasado,

para que las alas de una nueva vida empiecen a batir,

y volar de nuevo hacia ti.

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